Así que cuando terminas de comer te sientas en el sofá para leer o ver la televisión y yo me he dispuesto a quitar la mesa, fregar los platos y dejar la cocina limpia como los chorros de oro. Y en ello me esmeraba, hasta que me has llamado y he acudido a ti solícito vestido sólo con el delantalito de doncella francesa que me pones para hacer todas las tareas doméstica.
Y me he arrodillado entre tus muslos para ver qué quieres, amor mío. Eso te he dicho, como hago siempre porque siempre te respondo "sí, Ama", o "sí, amor mío". Porque sabes que te amo y que para mí la sumisión es amor y entrega.
- Te voy a premiar, mi sumiso cornudo.
- Gracias, pero no lo merezco.
- Pon las manos en la espalda.
Y las he puesto porque ya sabía lo que venía, cuatro bofetadas, pues ese es el número mínimo que tenemos establecido en el contrato. Y las he recibido dichoso.
- Cada vez que te abofeteo se te pone la polla dura. Y eso que eres impotente.
- Sí, Ama, pero eso es sobre todo porque no sé por qué me castigas.
- Porque puedo. Sólo por eso. Y porque soy yo la que decide si te mereces o no el premio de que te dé de hostias. Por eso te castigo siempre cuando eres bueno.
- Tienes razón, Ama, lo siento.
Y luego has sonreído y me has dicho que no obstante me vas a dar otro premio. Y has abierto una bolsa que tenías en el suelo junto al sofá y has sacado un montón de braguitas. Y me he imaginado que son las tuyas, las tengo que lavar a mano como hago todos los días antes de que te las pongas, pero no, he visto que estaban muy nuevas.
- Estas son las braguitas de mi putita sumisa, que te acabo de comprar.
- Gracias, amor mío.
- Ves poniéndotelas y desfila delante de mí para que vea cómo te quedan y si me gustas.
Y me las he ido poniendo de una en una, y desfilando delante de ti, dándome la vuelta cuando me lo indicabas con un gesto del dedo y sintiéndome más sumisa y putita que nunca. Y así hemos estado un rato, con problemas, porque al tener la polla dura se me salía por el tanga y no había forma de taparla.
Y cuando he desfilado con todas las braguitas delante de ti, has decidido cuáles me he de poner y cuándo.
- Esta me gusta para cuando estés por casa -me has aclarado-. Y esta otra para cuando salgas a la calle. Y esta para cuando venga mi amante, mi macho, porque ya sabes que me gusta que estés ante él con bragas para que te sientas más sumiso, más putita, y así lo aceptes a él como macho dominante.
- Sí, amor mío.
Y así, de una en una, me las fuiste ordenando según el día y el cometido que iba a desempeñar con ellas.
- Pero es que le faltan algo, mi Ama.
- No te preocupes que el día antes de que tú las uses, me las pondré yo para que se llenen de mis jugos, de mi olor y del sabor de mi coñito. Iré con ellas al trabajo y te las dejaré bien usadas por mí para que te las pongas.
-Gracias, amor mío. Te quiero tanto que a veces no sé si te merezco – te he contestado llorando de emoción.
- Y ahora ponte las bragas y llama a mi amante para que venga.
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