- Te voy a llevar muy lejos, cornudo amado- me aclaraste.
- ¿Adónde?
- Ya verás…Vas ser absolutamente tan sólo un extremo de mí.
- Qué placer, qué felicidad.
- Pues yo me alegro de que disfrutes mi posesión desde ya, amor mío -me contestaste, antes de abrirle la puerta a tu amante para follar con él y hacerme ya cornudo en la noche de bodas.
Y lo hice, desde luego, porque desde esa misma noche seguí entregándome a ti para amarte sin límite, de una forma total y absoluta, y te entrego con sumo placer la potestad de follar con quien quisieras y cuando tú quisieras. Eras tú la que decides cuándo y con quién.
- No soy una puta, amor. Sólo follaré con otros cuando me gusten de verdad y me apetezca. Nunca para darte placer a ti y porque tú lo quieras.
Así que un día que estábamos alejados, en dos ciudades distintas por motivos laborales, tú me comentaste por el Messenger que me habías vuelto a hacer cornudo, aunque no me lo habías dicho aún. Y me enfadé. Porque sentía celos, pero sobre todo porque los dos sabemos que los cuernos son cosa de los dos y los dos hemos de participar en ello, estar presente y si no es así, porque la distancia no lo permite, que me lo cuentes en el acto para disfrutarlo y que me puedas humillar al contármelo. Pero no me habías dicho nada.
- Tengo celos y ansiedad por saber.
- Pues vas a seguir así, porque de momento no te lo digo.
Sé que cuando dices no es no. No hay nada que discutir. No para ti es no. Sin vuelta de hoja, sin titubeos, sin vuelta atrás. No, es no. Y si para ti es no, para mi es no. Indiscutible. Al día siguiente me dijiste por el Messenger “un te quiero” nada más conectarte que me conmovió.
- Te quiero, te amo y te necesito a mi lado. Tú eres el amor de mi vida. Eres un ser maravilloso para mí.
- Gracias.
- Lo que no quita para que seas mi cornudo sumiso.
- Lo sé, amor mío. Ya sé que me amas y que mientras yo estoy en castidad absoluta, tú ya me has vuelto a poner los cuernos por tercera vez. Estoy celoso…Pero ansioso por saber.
Y tú me contaste que un amigo te acompañó al médico pues últimamente tienes problemas de estómago y por el camino, os desviasteis al hotel Versalles. “A a la habitación 301”, me concretaste.
- Estaba débil, amor, pero deseosa de ser follada por él, así que fui yo quien se lo propuso. Lo necesitaba porque si algo me volvería a la vida en ese momento era su pollón. Él estuvo semi-romantico, me trato muy bien..
- ¿Te corriste?
- Un par de orgasmos, sólo dos, pero ufffffff, qué orgasmossssssssssss. Él empezó con abrazos y besos, cariño, pero yo sólo deseaba tener su polla dentro.
- ¿Tenía la polla grande?
- No mucho, unos 19 cm.
- Como la mía.
- No, amor. Para comenzar tú no tienes polla, si no un ridículo pito. Y segundo: tú pito es más parecido a a un clítoris que a una polla. Y tercero: eres impotente y si no lo eres, yo me encargaré de que lo seas. Te quiero eunuco, ante mí, ante tu Diosa. Y por último: aunque fuera un pito de 23cms jamás me follarás. Lo sabes. ¿Queda claro?
- Lo sé y eso me vuelve loco de placer.
- La principal diferencia es que ellos me follan, me la meten de la forma más deliciosa que tu jamás podrás probar.
- Lo sé, y eso me hace ser más sumiso y amarte más.
- Así es mi vida. Jamás lo harás.
Sólo con oírte, con oír lo que me decías se me puso más dura. Inexplicablemente dura pues me dejabas claro cuál sería mi futuro y ya sabía que me moriría sin haber follado jamás contigo porque un eunuco jamás folla con su Diosa. "La polla del esclavo no puede profanar el sagrado templo del coño de su Ama", me habías comentado.
- ¿Quieres saber más de tus cuernos?
- Sí, amor mío. Me muero de celos, pero tengo la polla dura. Quiero saber más.
- Pues lo tumbe al sofá me monte sobre él, le cogí la polla y la dirigí para que entrara en mi coño. Lo acaricié, lo excité, y ya estaba erecto. Me monté sobre él y lo cabalgue follándomelo sin parar.
- ¿Te acordaste de que yo estaba aquí en castidad de más de 30 días?
- Eso fue lo mejor. Pensaba en ti en castidad, y me excitaba más aún. Mi coño se mojaba y más gozaba. Y más le pedía ser follada.
- ¿Se lo pedías?
- Sí, aunque me lo follaba yo. Y no paraba.
- ¿Pensabas en mí, en que me hacías cornudo?
- Claro. En mi mente te veía a mi lado, arrodillado junto a mí, besando mi mano y diciéndome que me amas. Agradeciéndome hacerte nuevamente cornudo.
- Gracias, amor mío, por acordarte de mí al hacerme cornudo.
- Esa es la prueba de amor más grande que te tengo y que te ofrezco: te presentaré a mis amantes y permitirte ver cómo me follan.
- Gracias, amor mío.
(Continuará)
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