
Un día me llamaste y me dijiste que querías verme. Te dije que sí, claro, y quedamos en un cafetería. Y cuando llegaste me confesaste que estás enamorada de otro, que lo amabas con toda tu alma y que estabas embarazada de él. Pero él estaba casado y no quería dejar a su mujer.
En realidad él te había dicho desde un principio que amaba a su mujer, que no la dejaría y que tu le gustabas para el sexo. No te había engañado, ni prometido nada. Y tu habías aceptado sus condiciones porque estabas loca por él.
- Lo quiero tanto o más que tú me quieres a mí -me explicaste.

- ¿Aceptarías casarte conmigo aún sabiendo que voy a ir al altar preñada de otro que es al que de verdad amo?
- Sí, sin dudar.
- Le he hablado a él de ti y le parece bien, pero sólo pone una condición: que tú jamás folles conmigo. Quiere que solo sea de él. Te pondré un cinturón de castidad y él se llevará la llave.
- De acuerdo. Lo acepto. Eso haremos.
- ¿Tanto me amas?
- Sí.
Y eso hicimos. Nos casamos y tu amante acudió a la ceremonia y además viajó al lugar que fuimos a pasar la luna de miel para pasarla contigo. Follo contigo en nuestra cama, mientras yo me masturbaba y mirada sentado en una butaca. Y así pasamos los días porque nosotros dormíamos en camas separadas y él venía tres veces por semana para follar y dormir contigo.
Porque yo jamás te penetré y me conformaba con ver como te corrías con él, sabiendo que era un cornudo sumiso. Un cornudo que además le iba a dar mi apellido al hijo del amante de mi mujer. Y que iba a criarlo como mío. Pero no me importó. Te amaba con un amor sin límite.